Uno de los principales atractivos de Etiopía son sus asombrosas tribus del sur. Y yo, como enamorado de África, ansiaba adentrarme en ellas.
Había visitado previamente otros países del África sub-sahariana y pensaba que, como fotógrafo especializado en retratar a sus gentes, en Etiopía me encontraría con reacciones parecidas a las de mis anteriores viajes. Así fue en la mayor parte del país, pero no en el sur.
Generalmente, dentro de las rutas turísticas creadas para visitar las tribus de Etiopía, cada fotografía se paga. Se fija un precio por foto, y con sus características pinturas y vestimentas, los miembros de estas tribus posan para ti.
Aunque el protagonista de la imagen no pertenece a ninguna tribu, te pongo en contexto sobre el transfondo que hay tras la captura.
La historia de la fotografía:
Mientras me encontraba en el sur del país, mi virus intestinal y yo nos cruzamos con un grupo de niños que jugueteaban en la calle. De golpe, mi mirada se cruzó con la de él: Abel.
¡No me lo podía creer! Nunca había visto unos ojos tan claros en África.
No lo dudé y me acerqué al grupo. Ellos, con su siempre especial simpatía, querían saber de mí y del universo del que venía. Por mis condiciones no estaba especialmente receptivo, pero necesitaba capturar esos ojos y llevármelos de vuelta a mi universo.
Después de saber un poco más sobre los chicos le pregunté a Abel si le podía tomar una foto, pero tan pronto saqué la cámara descubrí que, aunque el grupo no formara parte de ninguna tribu, también estaba contagiado. Su inocente expresión se esfumó. Vieron la oportunidad y las palmas de sus manos se extendieron hacia mí pidiendo dinero a cambio.
Me preocupé. No quería pagar a un niño por sus ojos. No me encontraba dentro de ninguna ruta turística organizada. Estaba en plena calle. Evidentemente, era él quien debía decidir si quería que le sacara fotos, pero no quería que esa decisión se basara por dinero.
Tenía un reto. Encendí la cámara y les enseñé parte de mi carrete. Todo el grupo asombrado frente la pantalla pedía ver más y más retratos, hasta que uno de ellos se señaló a si mismo indicándome que él sí quería que le sacara una foto. Quería formar parte de esa galería. Sin nada más a cambio. Y empecé por ahí. Le hice varias fotos y estaba encantado.
De reojo empecé a ver la envidia en esos ojos claros que no eran los protagonistas, pero no le insistí. Ni le miré. Yo sabía que él se sentía especial ¡y no es para menos! Aun así, centré mi atención en el resto del grupo haciendo fotos a sus amigos.
Entonces ocurrió. Noté que Abel me agarraba de la camiseta. Finalmente fue él quien me pedía que le hiciera fotos. Sin dinero de por medio. «¡Así sí!» Pensé.
Desde mi punto de vista, viajar es aprender de los lugareños. No me importa encontrarme con barreras lingüísticas o culturales, ya que si no las conseguimos superar, al menos me siento satisfecho si intercambiamos una sonrisa. Y es que, son esas vivencias las que más me gusta llevarme de alguien a quien conozco en su hábitat. No sólo una foto de él. ¡Y esto lo escribe un fotógrafo devoto de los retratos!
Pero para mí, la fotografía no es sólo la imagen, sino la historia que la rodea.
A nivel técnico:
A nivel técnico destaco los puntos más relevantes que pueden ser de tu interés. Si tienes alguna duda, déjala en comentarios y la responderé encantado.
ÓPTICA / OBJETIVO:
Por defecto, siempre tengo puesto en mi cámara mi objetivo favorito: 50mm de óptica fija f/1.4. Como especializado en retratos, si no lo llevo conmigo me siento indefenso. ¿Por qué? Pues porque ese es el campo de visión que nuestros ojos abarcan normalmente en la vida real. Una foto hecha a 50mm tiene el aspecto y las proporciones que nuestros ojos ven. En cambio, una distancia focal ultrapequeña (10mm por ejemplo) o más larga (600mm) produce pequeñas distorsiones ópticas. Y yo busco plasmar la realidad tal y como es.
Aun así, la auténtica belleza de esta lente reside en la apertura extraordinariamente generosa de su diafragma (hasta un f/1.4), con la que no solo se obtiene mucha más luz, sino que además resalta muchísimo los sujetos y objetos que fotografío. Para mí, es el mejor objetivo para retratos. Así que no dudé y fue la óptica que utilicé para sacar esta foto.
PLANO:
En este caso, escogí un primerísimo primer plano en horizontal ya que tenía claro que quería destacar la mirada. En tomas anteriores amplié el encuadre para mostrar su cabello, pero hacía que se diluyera la fuerza de la imagen. Te muestro una:
Verás que su peinado no pasaba desapercibido y restaba energía a la mirada, así que opté por acercarme todavía más y cerrar el plano a media frente. Con ello, consigo además que la mirada quede en la línea horizontal superior de la regla de los tres tercios, logrando la finalidad de la foto: potenciar al máximo su mirada.
COMPOSICIÓN:
Soy bastante meticuloso con la regla de los tres tercios. En este caso la seguí, pero no del todo. Situé la línea horizontal superior en la mirada, pero no hice coincidir cada ojo con las intersecciones de las líneas verticales, ya que quedaría una fotografía prácticamente simétrica. Particularmente, me gusta romper con la simetría, también en los retratos.
Al contemplar una fotografía asimétrica, el cerebro no tiene la sensación de monotonía que aporta una imagen equilibrada, por lo que analiza más en profundidad lo que está observando. No se queda con la superficialidad que puede aportar una imagen armoniosa.
PROFUNIDAD DE CAMPO:
Gracias al objetivo escogido, podía optar a un amplio diafragma, y como mi intención evidente era destacar la mirada del niño, escogí el más amplio: F/1.4. Con él consigo una profundidad de campo reducida, lo que hace que prácticamente solo queden enfocados los ojos, centrando así la atención en un único punto: la mirada.
EXPOSICIÓN:
Estábamos en las primeras horas de la tarde en un día despejado, por lo que el sol era intenso. Para compensar la fuerte luz, le pedí al chico si se podía poner bajo una estructura de bambú que había a su lado. Con ello conseguí neutralizar la luz dura.
En esta ocasión me interesaba una luminosidad más difusa, ya que lo importante era plasmar la mirada de forma clara. Con una luz cenital dura hubiese obtenido sombras que diluirían el color y la fuerza de sus ojos.
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